Ruido emocional


Apaga tu ego, enciende tu voz interior… 

Hoy quiero enfocar el tema de la ecología planetaria desde un punto de vista más profundo y menos evidente: el del «ruido emocional». Considero ruido emocional el que se produce cada vez que hablamos sin venir a cuento, sólo para dar gusto a nuestro ego o porque somos incapaces de mantener en equilibrio nuestro sistema energético personal.


«Quiero aclarar que considero espacios para el silencio, la mesa familiar, la calle, el aula escolar y todos aquellos espacios «comunes» en los que conviven niños, jóvenes y adultos». 

Hace un tiempo, integré que la excelencia, en el arte de comunicarse, reside en hacer las preguntas correctas y que la mayoría de cuestiones sobre las que escribo nacen de un interrogante no planteado; de hecho, la finalidad de estos textos es zanjar cuestiones que «están en el aire» al convertir, cualquier tema sobre el que se esté debatiendo, en una sola pregunta. Al responderla, cierro dicho debate y fijo límites en lo que a mi persona concierne.
  • Hoy escribo sobre el ruido ambiental porque soy consciente de que todo lo que se habla va a «alguna parte» y porque también sé que ese ruido genera interferencias en el desarrollo de la MENTE HUMANA; y lo pongo con mayúsculas porque aludo a la mente grupal a la que todas las personas estamos conectadas. Somos la especie humana y poseemos una conexión grupal más allá del egocentrismo del individuo que camina ajeno a dicha conexión. 


¿Por qué los niños no deben de «hablar», a no ser que se les pregunte?

Cuando era pequeña, me enseñaron que, delante de un adulto, los niños no deben de hablar a no ser que se les pregunte; y también me enseñaron a ejecutar las órdenes que recibía con diligencia. Dejé de ser una niña cuando integré la bondad de esas dos premisas y me hice «grande» cuando expandí su campo de acción al mundo de los adultos. El tiempo que ha mediado entre la niñez y la adultez, tiempo llamado de juventud, ha sido el tiempo que he necesitado para entender a mi madre, que fue la persona que me transmitió estas dos sencillas reglas que regulan la convivencia armónica. Soy consciente de que, cuando era pequeña y después, cuando fui joven, no interioricé sus órdenes porque las comparaba con las de otras madres, mucho más permisivas que la mía. 

Sin ser una «niña mala» le di mucha guerra en estos temas, pues refunfuñaba continuamente, al no entender las diferencias entre las premisas de mi madre y las de las madres de mis amigas. En mi defensa, he de aclarar que la educación de mi madre fue instintiva; ella «sabía» lo que era correcto sin necesidad de pensar o estudiar y así me lo hacía saber con un cachete cosa que, como todos sabemos, no es un argumento «muy humano». Si hubiera sido un cachorro de cualquier otro mamífero, sus correcciones hubieran sido apropiadas pero, aun así, quedaron insertas en mi memoria y seguro que, debido al «cariz físico» de mi educación, soy tan pródiga en el uso de la palabra escrita y hablada. 

Los padres o personas que utilizan la violencia física, en cualquier grado, son personas faltas de «conciencia de humanidad»; personas que, a su vez, fueron educadas en condiciones infrahumanas y al hacerse adultos y tener hijos o relaciones personales, les resulta muy difícil romper con esa cadena de dolor. Yo tuve la inmensa suerte de ser el último eslabón de una de esas cadenas y mis «castigos» no pasaron de algunos cachetes, insultos, empujones o pellizcos y siempre en momentos en los que mi madre, agotada por el peso de su vida, perdía el control de sus emociones. Es por esto que tengo presente en mi memoria el daño que, en la mente de un niño, se produce cuando es «violentado» de cualquier forma. 

Hace ya tiempo que el dolor se disolvió y que la figura de mi madre fue recuperada. Es más, en mi memoria sólo queda amor hacia su persona ¿Quién podría juzgarla? Yo no, desde luego. Sé de su vida y de sus «razones» y hace tiempo que quedó eximida de toda responsabilidad. 

Pienso que la VIDA es la única responsable de las cadenas de dolor que se transmiten de padres a hijos, de maridos a mujeres o de hermanos a hermanos pues, en última instancia (la de la especie), todos somos hermanos. Es por esto que, cada vez que veo un «debate abierto», siento escozor en mi corazón y necesito coger papel y lápiz para aportar mi visión conciliadora pues pienso que los debates no aportan más que «ruido» pero no soluciones.

    • También entiendo que, a veces, ruido es lo único que algunas personas pueden hacer para que otras, mejor preparadas, recojan el testigo. 
Empecé hablando de los niños y de la norma _no escrita_ de guardar silencio hasta ser requerido y sigo, aunque no lo parezca, dentro de esta cuestión. Lo que ocurre es que no puedo ofrecer un argumento más sólido sobre sus bondades que la recomendación de ponerla en PRÁCTICA lo antes posible. Aunque sí que puedo matizar un poco dicha recomendación:

1. Esta recomendación sólo es aplicable en el tiempo personal/familiar y es válida para los niños y todas aquellas personas que de niños no la usaron.

2. Los padres o educadores que no practiquen esta recomendación, no podrán aplicarla en sus hijos porque los niños aprenden del ejemplo.

3. Por ello, cada vez que vayan a abrir la boca, los adultos deben de plantearse: ¿Es necesario? ¿Voy a aportar algo positivo? ¿En verdad hay que contarlo? ¿Quién me lo ha preguntado?

«Con el tiempo, la atmósfera familiar se verá limpia y despejada de malos rollos y la paz será la tónica habitual. Paz susceptible de ser exportada…»


Podría contar muchos ejemplos sobre la práctica del silencio y sobre la norma de sólo responder ante preguntas inteligentes. Y también podría decir que los niños y las personas positivas, responden a las «órdenes» dadas con amor con suma diligencia; pero os animo a que seáis vosotros los que poniendo en práctica, durante un tiempo, esta sencilla recomendación, contéis vuestra propia experiencia. Veréis la cantidad de energía que se puede invertir en otras cuestiones cuando se aprende a «cerrar» la boca…


ACLARACIÓN:
Esta regla del silencio, no se aplica al tiempo de crianza (0-3 años) en el que la relación «oral» entre la madre y el hijo es básica para el desarrollo sicomotor del bebé… Precisamente, si esta etapa se instala de forma positiva, cuando el niño llega a la escuela no tiene problema alguno en respetar los límites y no será un niño «ruidoso», ya que las personas o niños que hacen «ruido» (en cualquier forma) lo que están demandando es la atención personalizada que, en su momento, no recibieron.

En el tiempo de crianza, la voz de la madre es la «voz del bebé». Con sus palabras, la madre «perfila» la vida y le va mostrando el camino de «baldosas amarillas». El tono, el timbre, la armonía y cadencia de sus palabras, son para el niño un alimento más importante, si cabe, que la leche o las papillas. El proceso de formación que si inició en el útero ha de continuar hasta que el niño camine y hable con soltura y es particularmente importante, en esta etapa, que las voces que «sostienen» al bebé sean de corte luminoso y positivo, ya que es su sentido del oído el que modula su desarrollo en esta etapa.

  • También aclaro que, cuando una persona no es capaz de controlar sus emociones hasta el punto de dañar a sus hijos o a otras personas, es la ley la que tiene que poner remedio a falta de terapias o soluciones que la ayuden a romper con la cadena de dolor que la obliga a dañar y ser dañado…

Etimología de castigo:
La palabra castigo viene del verbo castigar y este del latín castigare. Este verbo está compuesto del adjetivo del vocabulario religioso castus (casto, pero en origen” ajustado con las reglas o los ritos”) y agere (hacer), o sea, “hacer puro”, y en origen “instruir” (en las leyes o ritos). Del valor de instruir procede el sentido de castigar como imponer una corrección o reprimir.

Los tres filtros de Sócrates:

En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por la práctica de su conocimiento, con alto respeto. Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo: ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo? Espera un minuto, replicó Sócrates. Antes de decirme cualquier cosa querría que pasaras un pequeño examen. Es llamado el examen del triple filtro. ¿Triple filtro? Correcto, continuó Sócrates. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea tomar un momento y filtrar lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad: ¿estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto? No, dijo el hombre, realmente sólo escuché sobre eso y... ... Muy bien, dijo Sócrates. ¡Entonces realmente no sabes si es cierto o no! Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad: ¿es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo? No, por el contrario... Entonces, continuó Sócrates, tú deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Tú puedes aún pasar el examen, porque queda un filtro; el filtro de la utilidad: ¿será útil para mí lo que vas a decirme de mi amigo? No, realmente no. Bien, concluyó Sócrates. Si lo que deseas decirme no es cierto ni bueno e incluso no es útil, ¿por qué decírmelo? …