Por fin es lunes


He despertado con las imágenes de un sueño en el que le enseñaba a un niño lo divertido que era ir a la escuela y de pronto me he sentido feliz al darme cuenta de que ¡hoy es lunes!...


Cuando observo en el muro de las redes sociales observaciones del tipo ¡ánimo que ya queda poco para el viernes! o similares, no puedo por menos que extrañarme ya que al crecer hice de mi día a día laboral una extensión del mundo de luz y color que encontré en la escuela y entiendo que para otras muchas personas quizás esta no fue su realidad…

También me entristece el ver en las noticias lo convulso que está el espacio educativo ya que lo considero uno de los espacios sagrados de la vida, un refugio donde los niños deben de crecer al margen de los vaivenes del mundo; algo así como un jardín del edén o jardín de la infancia en el que los sentidos puedan florecer mientras se juega y aprende, se aprende y se juega. Personalmente disfruté tanto del espacio escolar que se me quedó «corto» y repetí viviendo de primera mano la infancia/educación de mis hijas; pienso que este es uno de los secretos que nos impulsan a la paternidad ya que se puede querer «ser padre» sin querer «ser madre» o viceversa, y en mi caso lo que siempre prioricé de mi relación filial fue el factor educativo ya que el «factor crianza» pienso que viene «de serie»…

Es lógico que quisiera repetir ya que en mis tiempos el aprendizaje era en blanco y negro (todavía no había llegado barrio sésamo al tiempo infantil) y los juegos de mi infancia monotemáticos… ¡cada niño tenía un juguete y gracias! Pero aun así, la escuela cumplió su propósito y abrió mi mente a la idea de que aprender es algo hermoso y grande; algo que rompe fronteras y te permite viajar sin moverte de casa. Gracias a la escuela aprendí a leer y a escribir, a «contar» y a escuchar… Me faltó aprender a dibujar, saltar y bailar pero esto no fue «culpa» de la escuela sino de los tiempos que corrían así que ya de «grande» y como he citado anteriormente, repetí aprendizaje siguiendo el proceso de aprendizaje de mis hijas, paso a paso…

¿Qué es escuela para mí? No sé la etimología de esta palabra y no voy a buscarla hasta completar esta entrada pues quiero que mi mente viaje libre por el espacio donde habita el espíritu de «lo escolar» ya que considero que en dicho espacio primero va la experiencia y después los conceptos y si estos no cuadran ¡pues se cambian! Aunque estoy segura de que si la experiencia se completa continente y contenido casan a las mil maravillas.

Para entender mi definición de escuela/espacio escolar quizás tenga que empezar diciendo lo que considero que no es escuela; por ejemplo, considero que el instituto y la universidad no son espacios escolares o de aprendizaje y que precisamente los problemas que enfrentan hoy día estos espacios y por extensión los jóvenes que tratan de integrarse en el espacio laboral, se deben a su anexión al «tren del espacio escolar» ¿se puede decir así?

Espacio que debería de abandonarse lo más tarde sobre los 12/13/14 años según la madurez mostrada por los jóvenes para salir al mundo adulto. Las reglas del espacio escolar tienen o deberían de tener una escala diferente a la hora de medir los avances de la unidad cuerpo/mente infantil; reglas que no sirven de nada en el mundo adulto, biológicamente hablando, y es la biología humana la que interfiere notablemente en la integración de los valores que inútilmente tratan de transmitir los profesores de institutos y universidades siguiendo un modelo nacido hace siglos cuando la mente de un joven realmente llegaba virgen al espacio donde se forjan las ideas hasta convertirse en realidad. El espacio universitario nunca pretendió forjar «profesiones», su puesta en marcha se debió al espíritu integrador del conocimiento humano necesitado de grandes mentes que prestaran atención al mundo/universo. El resto es historia y pérdida de valores en masa…

El fracaso educativo al que nos enfrentamos es de proporciones épicas y serán muchas las crisis que habremos de enfrentar hasta recuperar los valores esenciales que dieron origen al espacio escolar y más tarde al espacio universitario ya que ninguno de estos dos espacios tiene nada que ver con el mundo laboral/profesional, por mucho que la «tele» y la «gente» así lo digan…

Una cosa es forjar la mente y el corazón de las personas y otra muy diferente enseñarles una profesión u oficio; lo uno puede y debe ir acompasado de lo otro pero no es lo mismo y a las pruebas me remito.

Cuantos profesionales que ejercen una labor, aparentemente exitosa, son unas personas «miserables» (no porque lo diga yo sino porque así se sienten ellos) y cuantas personas de corazón y hermosos sentimientos luchan, día a día, para ganarse el pan que han de llevar a su mesa ya que fracasaron al no poder superar las barreras que un espacio educativo obsoleto les impuso… Cuando, si hay algo que debería de caracterizar los espacios educativos es la ausencia de barreras. 

En este mes, millones de niños vuelven a sus clases y muchos de ellos con tristeza lo que no es buena señal. Hemos convertido la escuela en un corralito o corral donde nuestros niños son domesticados y alimentados con «pienso» educativo; un espacio donde, los padres, que siempre han tenido la responsabilidad educativa en sus manos, llevan a sus hijos sin preguntarse qué papel juegan, como padres, en este espacio de aprendizaje. (hay excepciones, lo sé pero son las menos). Incluso hay padres, que se toman tan en serio este tema, que les niegan a sus hijos el espacio escolar y les educan en casa llevados del miedo a que dicho espacio les anule como personas. Pienso que, en este caso, es peor el remedio que la enfermedad ya que al margen de lo que se «enseña» en la escuela, está lo que los niños «aprenden» y no siempre es lo mismo…

Hoy por hoy, y con todos sus problemas, la escuela sigue siendo una ventana al mundo en vivo y en directo; la mejor ventana que podemos ofrecerles a nuestros hijos siempre que al regresar de la escuela encuentren a unos padres amorosos donde poder plasmar lo observado por esa ventana…

Es curioso, todo el mundo piensa que el tiempo de aprendizaje se queda en la escuela (salvo por los deberes) pero realmente no es así. El tiempo de la escuela es un tiempo compartido entre padres e hijos, un tiempo en el que las emociones familiares van a ser expuestas al espacio grupal. Emociones o materia prima personal que será pulida hasta convertirse en temple, disciplina y valores humanos y en este proceso, el espacio familiar es el que «siempre» ha marcado la diferencia.

Superar el espacio escolar con éxito quizás no nos garantice una profesión, ya que desde mi punto de vista esa no es su misión, (aquí no incluyo el instituto ni la universidad), pero sí que debería de garantizar una visión personal del mundo que nos rodea amable, liberal y, por supuesto, no competitiva… Con este bagaje de inicio cualquier joven podría iniciarse en la práctica de un oficio o profesión al lado de buenos profesionales en modo de aprendiz y según fueran pasando los años la experiencia tutelada con distintos profesionales le iría capacitando para una mayor autonomía.

Pienso que no hay ningún espacio profesional que no pueda ser integrado en esta forma: de uno en uno y tutelados hasta completar los niveles mínimos de formación exigida para los distintos puestos… El resto se encargaría la propia persona en su afán de superación personal innato en las personas que superaron con éxito el espacio escolar.

Quizás se tarde muchos años todavía pero estoy segura de que el mundo de la enseñanza volverá a su esencia natural cuando entre todos hayamos pagado la deuda que tenemos con el pasado…