
La capacidad de ordenar el tiempo y el espacio se desarrolla cuando la personalidad está prácticamente definida y estabilizada. Síntomas de esta estabilidad son un estado de ánimo adaptable a las circunstancias, una salud óptima y unas relaciones afectivas satisfactorias.
De manera natural, el ser humano está concebido para adquirir esta estabilidad a partir de los 18-20 años pero, en la práctica, dada la coyuntura económico-social en la que nuestros jóvenes se desarrollan, dicha estabilidad se retrasa muchos años o permanece estancada definitivamente por lo que, una mayoría de personas, adquieren una madurez física aparente, sin haber desarrollado la madurez y desarrollo de las cualidades mentales que se corresponden con el estado físico adulto.
Este desequilibrio es fácil de observar a poco que se conozcan las características de una persona equilibrada. Hay dos maneras de reconocer el estado de desarrollo de una persona, la más sencilla es utilizar el sentido de la vista. Para que este método sea fiable se necesita un entrenamiento previo. De no ser así, el sentido de la vista no nos sirve, pues se convierte en un mero proyector de nuestra subjetividad y la imagen que nos ofrece se distorsiona para ajustarla a nuestros esquemas emocionales.
Por medio de la función visual nuestro cerebro recoge, analiza y procesa la configuración espacial del entorno donde nos encontramos, ajustando constantemente nuestros parámetros al servicio de nuestro tiempo, edad o experiencia: de la intención que hayamos puesto a la hora de integrarnos en ese espacio.
La especie humana y dentro de ella el individuo, se rige por unos parámetros intrínsecos a su evolución sobre el planeta. Cada persona tiene una frecuencia que fluctúa en función de la relación que mantiene consigo mismo y con el mundo exterior.
En la primera y segunda infancia nuestro organismo dedica toda su energía al crecimiento y formación de nuestra unidad cuerpo-mente. Las funciones de nutrición, descanso y equilibrio emocional son vitales en esta edad, así como una programación cultural adecuada. A esas edades no importa realmente lo que se aprende, sino que se aprenda de manera fácil y divertida. La educación infantil tiene la función de abrir espacios en nuestra mente, hasta ahora, en blanco. Si esta función se realiza con éxito, cuando crezcamos y entremos en la edad adulta, iremos cubriendo estos espacios con relaciones objetivas y experiencias propias. Habremos creado nuestra propia identidad.
Es a partir de este momento cuando estamos preparados para ser operativos, socialmente hablando y empiezan a desarrollarse las llamadas facultades mentales superiores, incluida la capacidad de ordenar el tiempo y el espacio de los demás, de ir más allá del tiempo local-personal e introducirse en el tiempo global-planetario o transpersonal. Esto significa que nuestros objetivos, nuestros puntos de vista y nuestra intención de vida irán más allá de nuestro propio tiempo o espacio personal.