Rostro y emociones

Dicen que la cara es el espejo del alma pero quizás sería necesario aclarar que más que el reflejo de nuestro ser lo que nuestro rostro va acumulando, día tras día, son las huellas de aquellas personas a las que refleja con tristeza, con alegría, con rabia, con amor, con deseo, con ilusión, decepción, sorpresa, etc.



Todas y cada una de las actitudes observadas con regularidad cristalizan en nuestro rostro y podríamos decir que con el paso de los años llegan a modelar la máscara que exhibimos ante los demás. Así se observan caras amargas, caras tristes, caras coléricas, caras largas, caras insulsas, caras avinagradas, caras lujuriosas, caras quemadas, caras decrépitas o desoladas, etc., etc., etc.

Por no hablar de aquellos gestos que por su intensidad emocional quedan congelados, de forma permanente, en el rostro de aquellas personas que no saben reaccionar a tiempo y acaban desfigurando la simetría del rostro; es bastante habitual, aunque no se le presta mucha atención, ver un ojo mucho más abierto que el otro, una comisura de labios más elevada, una ceja más levantada que otra, etc.; o algunas arrugas de expresión tan fuertemente marcadas que cortan el rostro en vertical o en horizontal.

Eliminar la memoria emocional del rostro no solo es posible sino necesario sobre todo en aquellas personas que interesadas por su desarrollo personal ignoran que esta memoria puede reiniciar procesos que creían superados. La cara es el espacio donde la empatía se hace posible pero esta capacidad empática también nos vincula a los bucles emocionales de los demás…

Aprender a observar nuestras reacciones gestuales manteniendo una expresión facial serena y calma mientras escuchamos es la clave para mantener un rostro bello y armónico con el paso de los años… aunque quiero matizar que esta actitud de serenidad ha de nacer en el interior, de lo contrario, lo que se archiva en el rostro no es el reflejo de nuestro sentir y con el tiempo caerá por su propio peso… (doble cara o papada…)