Cuando una persona nace, su conciencia del tiempo es nula, esto es igual a decir que su conciencia personal es cero, como el cuenta kilómetros de un coche cuando sale de fábrica.
La persona encargada de contabilizar-registrar la sucesión de los hechos, en nuestro tiempo de bebés e infantes, es la madre. Su percepción del tiempo será la que registraremos como propia una vez que tomemos conciencia de nuestra memoria o vida personal. Y aquí surge el meollo de la cuestión: al margen del registro temporal de nuestra madre, existe otro registro de nuestro tiempo personal, sólo que éste está grabado de forma inconsciente y no se activará conscientemente hasta la pubertad.
Este archivo es nuestra memoria corporal con todo su bagaje físico-emocional. Y si la memoria que nuestro cuerpo tiene archivada, que es la auténtica y genuina, no es coherente con la registrada por nuestra madre (con su versión de los hechos), nuestra vida, nuestra salud y la percepción de nuestra memoria de inicio estará hipotecada y, por tanto, no tendremos acceso a ella.
Una herramienta indispensable, para que el pasado no se instale en el presente, es llevar un diario donde registrar sentimientos e ideas, con el fin de valorar conscientemente la sucesión de los hechos.