Ganarás el pan con el sudor de tu frente

Especial enfoque holístico de la proyección laboral. 3º de cuatro

Para ser feliz y cubrir sus necesidades básicas, el hombre ha tenido que progresar continuamente y dedicar, cada vez más tiempo y esfuerzo, a lo que podríamos llamar el proceso de vivir. Nacemos en hospitales cubiertos por un sistema sanitario que, la mayoría de las veces, complica un proceso que durante millones de años la naturaleza ha gestionado por ella misma. Y crecemos en escuelas que conducen nuestras mentes por caminos tan trillados que nos despojan de todo interés por el aprendizaje común y compartido. 



El espacio familiar y social donde nos desarrollamos está plagado de virus que, ya desde el nacimiento, ponen a prueba nuestra capacidad de SER y la convierten en resistencia para conseguir ESTAR. El instinto de reproducirse y amar ha degenerado en un sinfín de actitudes huecas que incitan y excitan nuestros sentidos y que a muchos, más tarde o más temprano, nos llevan a preguntarnos: pero ¿realmente existe el AMOR?

Durante millones de años, la naturaleza, por medio del instinto, guió nuestros pasos y han bastado unos 10.000 años (más o menos) de civilización para que convirtamos los procesos naturales de la vida (nacer, crecer, desarrollarse y reproducirse) en una compleja red de historia, religión, ciencia, política y filosofía. En este periodo «civilizador», nos hemos alejado de nuestro entorno biológico para convertirlo en un entorno cultural y social que, en infinidad de ocasiones, sacrifica nuestras necesidades personales-corporales en lo que se supone un grado de bienestar social mayor. ¿Fue la llegada de la civilización la que nos expulsó del paraíso? Probablemente. Si por paraíso entendemos una vida sencilla que gire en torno a los ritmos de la naturaleza y en la que los procesos naturales se vivan de forma íntegra e interiorizada. ¡En ese periodo de tiempo inicial, el humano se sentía llevado de la mano de dios y ni siquiera sabía que existía! 

«Yo pienso que el hombre tomó conciencia de la existencia del paraíso cuando lo echó en falta y que entonces creó las historias que justificaban o explicaban su pérdida…»

Anhelamos y tememos esa pérdida de conciencia, ese regreso al útero materno, al útero de la tierra que nos gestó y nos dio a luz como seres humanos. Por eso construimos cálidos hogares y acogedoras camas donde sumirnos en la dulce inconsciencia y en el sentimiento perdido de SER y no de estar... Es esa misma búsqueda la que nos hace elaborar alimentos con delicada precisión, escuchar músicas de todo tipo de registros y diseñar casas, ropas y complementos que nos identifiquen a primera vista.
  • A medida que el proceso evolutivo nos aleja, más y más, del momento de nuestra concepción-nacimiento, más necesitados estamos de fórmulas físicas, químicas o matemáticas que nos recuerden qué o quiénes somos. 

Para algunos, la vida se torna cada día más y más compleja, tanto, que no lo pueden soportar. Estas personas están pidiendo, a gritos, una simplificación o vuelta a los orígenes y aquí entra de lleno el proceso de la enfermedad como fórmula autoimpuesta que rectifica nuestros errores. Algo a tener en cuenta es que cuando la mente (educación-sentidos) no tiene capacidad suficiente para absorber lo que la rodea o, en su caso, poner límites adecuados, el cuerpo (sistema orgánico) tiene que suplir o compensar dicha carencia.


El proceso de vivir, en forma civilizada, obliga al hombre a adoptar ritmos tan ajenos a los que la naturaleza ideó para nuestra evolución, que hemos de ser adiestrados, durante largos años, para poder asimilarlos. Y ni aun así se consigue. La enfermedad y deterioro personal están tan asumidos como parte del sistema que se destinan ingentes cantidades de tiempo y dinero para paliar sus efectos. Y digo paliar, porque ni se consiguen erradicar y mucho menos prevenir en la forma correcta.

Los seres humanos hemos sido absorbidos por el ritmo AVASALLADOR de la cultura agrícola-ganadera-industrial, por el tiempo de las sucesivas cosechas-remesas y de la crianza-engorde a cualquier precio. Generación tras generación, se nos siembra-cosecha-consume y se nos vuelve a sembrar, cosechar y consumir como si fuéramos producto de una mera recolección y sin apenas preguntarnos qué sentido tiene nuestra existencia. 
  • Se nos abona o ceba fomentando el instinto del miedo que nos lleva a un consumo desenfrenado por el que hay que trabajar sin descanso o delinquir. 
Es un círculo vicioso del cual sólo se escapa tomando conciencia de lo que sucede a nuestro alrededor o enfermando y muriendo. Muchas veces, es la propia enfermedad la que nos permite observar lo que sucede, al darnos un margen de tiempo; otras veces, la toma de conciencia viene de la mano de una crisis de valores profundos a la que se puede considerar como una oportunidad única de volver a los orígenes. 

Vivimos tiempos difíciles para los que no saben ver y la necesidad de abrir los ojos y TOMAR CONCIENCIA es perentoria para el grueso de la humanidad. De ahí que las crisis de valores de todo tipo (salud, economía, política, cultura, etc.) sean el pan nuestro de cada día. 

La humanidad ha de despertar y ha de tomar conciencia, le guste o no, de que lo que llamamos «vida civilizada» es un sin sentido y de la necesidad de frenar en seco (esto para los “muy civilizados”), o dar una vuelta de 180º, tomándose un tiempo para reflexionar y poder decidir qué valores, de los ya experimentados, queremos o podemos recuperar. El destino de la humanidad no está en el futuro, en el cielo o en las estrellas. Está en nuestro pasado-presente y éste se aloja en nuestra conciencia biológica-corporal. Para ponernos en contacto con esta memoria no necesitamos ir a la escuela, pero si necesitamos un tiempo de aprendizaje, un tiempo de reeducación corporal y de los sentidos (en el caso de los adultos) y un tiempo de AMOR, en el caso de los pequeños. Esto nos permite recuperar la voz de nuestra conciencia, la voz interior que siempre estuvo ligada a nuestros orígenes y, por tanto, a la conciencia divina.

Entiendo por un tiempo de AMOR un tiempo de entrega, un tiempo para la transmisión de los valores que REALMENTE importan. Después, no hay problema en asistir a una escuela donde nos enseñen a leer y escribir…